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¿Qué es una gárgola?

Que popularmente le llamemos y esté aceptado, no hace que el término sea preciso

Las gárgolas, con sus formas monstruosas y sus bocas abiertas al cielo, se aferran desde hace siglos a los muros de catedrales y edificios antiguos. A menudo confundidas con los grotescos, estas criaturas pétreas han sido testigos silenciosos del paso del tiempo, envueltas en misterio, leyendas y superstición. Sin embargo, es importante distinguir entre ambas: las gárgolas tienen una función práctica, mientras que los grotescos son puramente ornamentales.

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La gárgola, en su sentido original, es una estructura diseñada para desviar el agua de lluvia lejos de las fachadas, protegiendo la piedra de la erosión. Su nombre proviene del francés gargouille, que remite tanto al sonido del agua como a la garganta. Estas esculturas funcionales adoptaron con frecuencia formas terroríficas o fantásticas, en parte como advertencias simbólicas para los fieles: representaban el mal acechando fuera del santuario, recordando que el bien reside dentro del templo.

Por otro lado, los grotescos comparten esa estética distorsionada, fantástica o monstruosa, pero carecen de función hidráulica. Son criaturas talladas únicamente con fines decorativos o simbólicos, muchas veces producto de la imaginación medieval que mezclaba animales, humanos y seres mitológicos. En ese sentido, el grotesco se convierte en un lienzo de piedra donde el artesano proyectaba temores, creencias o simples juegos de creatividad.

Ambos, gárgolas y grotescos, nos hablan de un tiempo en que lo espiritual y lo físico se entrelazaban en la arquitectura. Más que simples adornos, estos seres son manifestaciones del pensamiento medieval, donde el arte servía como puente entre el mundo terrenal y el divino. Mirarlos hoy es asomarse a una visión del mundo cargada de simbolismo: lo grotesco como lo inexplicable, y la gárgola como la unión entre utilidad y misterio.

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